Autor: Hans Christian Andersen
Esta historia no la recordaba así, es obvio que he crecido.
En este blog publico cuentos que me gustan mucho y Hans Christian Andersen es uno de mis autores favoritos en esta materia, pero este cuento nada que ver. De aquí el origen de "el sapo que resulta ser un príncipe". Este cuento me da demasiada risa y demuestra cómo las princesitas caprichosas pueden llegar a ganarse la lotería y encontrar a un príncipe encantador y buena gente, porque la chica de esta historia es INSOPORTABLE, no se lo merecía. En fin, basta de veneno, disfruten este cuento y rían conmigo.
***
Hace muchos, muchos años vivía
una princesa a quien le encantaban los objetos de oro. Su juguete preferido era
una bolita de oro macizo. En los días calurosos, le gustaba sentarse junto a un
viejo pozo para jugar con la bolita de oro. Cierto día, la bolita se le cayó en
el pozo. Tan profundo era éste que la princesa no alcanzaba a ver el fondo.
—¡Ay, qué tristeza! La he perdido
—se lamentó la princesa, y comenzó a llorar.
De repente, la princesa escuchó
una voz.
—¿Qué te pasa, hermosa princesa?
¿Por qué lloras?
La princesa miró por todas
partes, pero no vio a nadie.
—Aquí abajo —dijo la voz.
La princesa miró hacia abajo y
vio una rana que salía del agua.
—Ah, ranita —dijo la princesa—.
Si te interesa saberlo, estoy triste porque mi bolita de oro cayó en el pozo.
—Yo la podría sacar —dijo la
rana—. Pero tendrías que darme algo a cambio.
La princesa sugirió lo siguiente:
—¿Qué te parecen mi perlas y mis
joyas? O quizás mi corona de oro.
—¿Y qué puedo hacer yo con una
corona? —dijo la rana—. Pero te ayudaré a encontrar la bolita si me prometes
ser mi mejor amiga.
—Iría a cenar a tu castillo, y me
quedaría a pasar la noche de vez en cuando —propuso la rana.
Aunque la princesa pensaba que
aquello eran tonterías de la rana, accedió a ser su mejor amiga.
Enseguida, la rana se metió en el
pozo y al poco tiempo salió con la bolita de oro en la boca.
La rana dejó la bolita de oro a
los pies de la princesa. Ella la recogió rápidamente y, sin siquiera darle las
gracias, se fue corriendo al castillo.
—¡Espera! —le dijo la rana—. ¡No
puedo correr tan rápido!
Pero la princesa no le prestó
atención.
La princesa se olvidó por
completo de la rana. Al día siguiente, cuando estaba cenando con la familia
real, escuchó un sonido bastante extraño en las escaleras de mármol del
palacio.
Luego, escuchó una voz que dijo:
—Princesa, abre la puerta.
Llena de curiosidad, la princesa
se levantó a abrir. Sin embargo, al ver a la rana toda mojada, le cerró la
puerta en las narices. El rey comprendió que algo extraño estaba ocurriendo y
preguntó:
—¿Algún gigante vino a buscarte?
—Es sólo una rana —contestó ella.
—¿Y qué quiere esa rana?
—preguntó el rey.
Mientras la princesa le explicaba
todo a su padre, la rana seguía golpeando la puerta.
—Déjame entrar, princesa —suplicó
la rana—. ¿Ya no recuerdas lo que me prometiste en el pozo?
Entonces le dijo el rey:
—Hija, si hiciste una promesa,
debes cumplirla. Déjala entrar.
A regañadientes, la princesa
abrió la puerta. La rana la siguió hasta la mesa y pidió:
—Súbeme a la silla, junto a ti.
—Pero, ¿qué te has creído?
En ese momento, el rey miró con
severidad a su hija y ella tuvo que acceder. Como la silla no era lo
suficientemente alta, la rana le pidió a la princesa que la subiera a la mesa.
Una vez allí, la rana dijo:
—Acércame tu plato, para comer
contigo.
La princesa le acercó el plato a
la rana, pero a ella se le quitó por completo el apetito. Una vez que la rana
se sintió satisfecha dijo:
—Estoy cansada. Llévame a dormir
a tu habitación.
La idea de compartir su
habitación con aquella rana le resultaba tan desagradable a la princesa que se
echó a llorar. Entonces, el rey le dijo:
—Llévala a tu habitación. No está
bien darle la espalda a alguien que te prestó su ayuda en un momento de
necesidad.
Sin otra alternativa, la princesa
procedió a recoger la rana lentamente, sólo con dos dedos. Cuando llegó a su
habitación, la puso en un rincón. Al poco tiempo, la rana saltó hasta el lado
de la cama.
—Yo también estoy cansada —dijo
la rana—. Súbeme a la cama o se lo diré a tu padre.
La princesa no tuvo más remedio
que subir a la rana a la cama y acomodarla en las mullidas almohadas.
Cuando la princesa se metió en la
cama, comprobó sorprendida que la rana sollozaba en silencio.
—¿Qué te pasa ahora? —preguntó.
—Yo simplemente deseaba que
fueras mi amiga —contestó la rana—. Pero es obvio que tú nada quieres saber de
mi. Creo que lo mejor será que regrese al pozo.
Estas palabras ablandaron el
corazón de la princesa. La princesa se sentó en la cama y le dijo a la rana en
un tono dulce:
—No llores. Seré tu amiga.
Para demostrarle que era sincera,
la princesa le dio un beso de buenas noches.
¡De inmediato, la rana se
convirtió en un apuesto príncipe! La princesa estaba tan sorprendida como
complacida.
La princesa y el príncipe
iniciaron una hermosa amistad. Al cabo de algunos años, se casaron y fueron muy
felices.
Colorín colorado este cuento se ha acabado.
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