La escuela de hechicería

Leyenda islandés



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Había una vez, en algún lugar del mundo (nadie sabe dónde), una escuela que se llamaba la Escuela Negra. Allí los alumnos aprendían hechicería y toda clase de artes antiguas. Donde fuera que estuviese esa escuela, se hallaba en un sitio subterráneo; y era una inmensa sala que, como no tenía ninguna ventana, siempre estaba a oscuras. Tampoco había maestro alguno, sino que todo se aprendía en libros cuyas letras de fuego podían leerse en la oscuridad. A los alumnos nunca se los dejaba salir al aire libre o ver la luz del día durante el tiempo que permanecían allí, que era de cinco a siete años. Al cabo de ese período, habrían adquirido un conocimiento completo y perfecto de las ciencias que debían aprender. Todos los días, una mano gris y velluda surgía a través de la pared con la comida para los estudiantes y, cuando todos terminaban de comer y beber, se llevaba de vuelta los cuencos y las fuentes.

Pero una de las reglas del lugar era que su dueño se apoderaba, cada año, del alumno que abandonaba la escuela en último lugar. Considerando que era bien sabido por todos que el amo era el diablo en persona, pueden imaginarse el tumulto que se armaba cada fin de temporada: todo el mundo hacía lo posible por quedar rezagado.

Sucedió una vez que fueron a esa escuela tres islandeses; se llamaban Saemundur el Sabio, Kálfur Arnason y Haldán Eldjárnsson; y como los tres llegaron al mismo tiempo, supuestamente los tres partirían, también, al mismo tiempo. Semundur afirmó que gustosamente sería el último en irse, lo que dejó a los otros muy aliviados. Se echó entonces encima un capote holgado, pero no pasó sus brazos por las mangas ni lo abrochó.

Una escalera conducía desde la escuela al mundo exterior y, cuando Saemundur estaba por ascender por ella, el diablo lo agarró y le dijo:

-¡Tú eres mío!

Pero Saemundur se desembarazó rápidamente de su capote y escapó a toda velocidad, dejando al diablo con la prenda vacía. En el momento mismo en que salía al mundo exterior, la pesada puerta de hierro se cerró de golpe a sus espaldas y lastimó a Saemundur en los talones. El joven dejo entonces: "Me venía pisando los talones", palabras que se convirtieron en un dicho.

Así, Saemundur se las ingenió para escapar de la Escuela Negra sano y salvo, junto con sus compañeros.

Pero Kálfur Arnason cuenta el episodio de otra manera: cuando Saemundur estaba en el pasillo de salida, un rayo de sol le dio de lleno y proyectó su sombra contra la pared opuesta. Yal estirar el diablo su mano para atraparlo, Saemundur le dijo:

-Yo no soy el último. ¿No ves que alguien me sigue?

Entonces el diablo agarró la sombra, a la que confundió con una persona, y Saemundur escapó, con un golpe de la puerta de hierro en los talones. Pero, desde es momento, nunca más volvió a tener sombra, porque lo que el diablo toma jamás devuelve.

Fin


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