Cartas de un asesino #3: Galletas




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La receta era bastante sencilla. Mi madre siempre me dice lo desastrosa que soy en la cocina, pero eso cambiaría hoy mismo. A los 35 años es difícil creer mi falta de creatividad al cocinar y siendo ama de casa la situación empeoraba. Tenía que lucirme con la cena y además estar fabulosa.

A medida que pasaban las horas me iba poniendo más nerviosa. Entre los libros de cocina de mi madre no logré encontrar una receta que realmente deslumbrara a mis invitados. Una salida fácil paso por mi cabeza “ordenaré algo” pero rápido me golpee la cabeza para alejar esos pensamientos. Esa opción estaba descartada.

La luz del día se asomó por las ventanas “Oh por Dios…he estado toda la noche entre los libros”. Me acomodé el vestido y el peinado, la casa lucía tranquila y poco iluminada.

Entré en el baño, que estaba en la parte de abajo, cerca de las escaleras y me mire en el espejo. Era un total desastre. Mis ojos estaban inflamados y rojos, mi cabello rojizo peinado con los dedos lucía desastroso, labios sin pintar y el vestido de flores amarillas lleno de harina. Bajo la luz incandescente era imposible ocultar cada línea de imperfección aquella mañana. Entonces lo escucho “¡Dalia!”-Era un grito brusco que desencajaba con aquel amanecer tranquilo.

Salí apresurada del baño y me encontré con Daniel, mi esposo. Era un hombre alto, de espalda ancha, su cara era la de un tipo rudo y su mirada evidenciaba que no había tenido una vida llena de facilidades. Dan no era un tipo muy agradable, pero tenía un buen empleo y eso era importante para mí. Sonreí.

-¿Cómo amaneces cariño?

Él rostro del hombre enrojeció por un momento, fue una reacción casi imperceptible con la poca iluminación de la casa.

-¿Qué coño te pasa? Me he despertado y no estabas. Son apenas las cinco. Me has pegado un susto- El tono de su voz fue desde el regaño a la preocupación. Una preocupación que duró apenas un segundo.

-Tengo que encontrar la receta perfecta- Dije mirándolo fijamente.

Detallé bien su rostro a contraluz, Dan era un hombre al que despreciaba. Esbocé una sonrisa, un pequeño músculo de mi boca alzándose para formar en una pequeña sonrisa de medio lado.

De repente lo tuve de frente, chasqueando los dedos y mirándome con miedo.

-Te has quedado lela por al menos 5 minutos, con esa sonrisa asquerosa que tanto pones en tu cara.

Él me agarro por el cabello con fuerza, más tarde sentiría el dolor.

-Más te vale lucirte hoy pequeña arpía. Viene gente importante y es mejor que lo hagas bien si no quieres vértelas conmigo.

Me empujó al suelo y paso por encima de mí. Me quedé en posición fetal durante un largo rato y después sonreí. Me acomodé el vestido y en ese momento lo supe: Había encontrado la receta perfecta.

Los jefes y otros compañeros de trabajo vendrían a celebrar por el ascenso de Dan. Todos sabían que en la compañía la impresión lo era todo. Esta cena podría costarles todo. No durmió y planificó la cena y las conversaciones con meticulosidad siguiendo todos los pasos para ser un ama de casa perfecta.

Todo el día limpié la casa. El teléfono no dejaba de repicar, estaba segura de que era mi madre, llamando para molestar y tratar de meterse en mis asuntos “Nunca haces nada bien”, “tienes que complacer a tu esposo, a él le debes todo”, “eres terrible, déjame hacerlo a mí”. Marquesa, su madre, era una mujer simplucha, su autoestima era lo único que la hacía resaltar ante la sociedad, ella se creía la mejor e insistía en competir con su hija aunque su vida familiar siempre fuera un desastre. Su padre se largó con otra mujer y las dejó a ellas en la ruina, su madre desquitaba toda su ira en ella, la obligaba a hacer todo a niveles de perfección inalcanzables. Esta noche le demostraría quien era la mejor.

El plan era el siguiente: primero de entrada una sopa de tomates, como plato principal prepararía una deliciosa merluza con patatas y cebolla. El postre sería lo que le daría el toque, una sorpresa para todos los presente.

Olores deliciosos inundaron la casa durante toda la tarde. Dan se encontraba arriba en la habitación arreglándose. Yo debía lucir perfecta y desde muy temprano estaba vestida para la gala. Cuando estuvieron listas las comidas corté el olor con un spray de flores silvestre. Cuando Daniel entró al salón arrugue la nariz.

-¡Arg! ¡Qué olor tan asqueroso! Tendré que ventilar la casa- Decía avanzando por el lugar y abriendo las ventanas y la puerta que daba al patio y a la piscina. La zona de la sala y la cocina era bastante grande así el olor tardó mucho en irse.

Comencé a perfumarme y escuché el primer timbrazo. Se dirigió sonriente a la puerta. El fuerte capitán Thomas Adwood entró con su rubia y escultural esposa Atena, una mujer con un pasado en las pasarelas. El capitán era el jefe de su esposo. Más atrás llegaron Charles y Katrina Lowell. Katrina tenía un cargo más poderoso que el de Charles, más que un matrimonio parecía ser competidores, destacarse hasta demostrar quién es el mejor. Tal vez por eso Charles despejaba su mente teniendo una aventura con su secretaria Ana María, como descubrió una vez que los encontró en un pasillo presos de un ataque de pasión. Achicó los ojos y siguió su camino luego de saludar con hipocresía. 

Unos minutos después llegaron Karen, Donald, Tanzi, Dustin, Ian y Marcos, estos eran los compañeros más cercanos a su esposo, ya que estaban al mismo nivel en la empresa.

Se dirigieron a la mesa y no dejaron de alabar mi elaboración de las comidas. Luego de degustar, ante la sorpresiva falta de postre, se pusieron a chismorrear y pasarla bien en la sala, todos con sus respectivas copas de vino, compartiendo su aburrida cotidianidad que al ventilarla con otras personas los hacía sentirse mejor.

Colocar y mezclar la harina y la mantequilla unir los huevos, el azúcar y la vainilla a la mezcla; agregar un ingrediente que le de sabor y el toque especial, un poco de ralladura de limón y voalá. Amasar y al horno. Ummm, delicioso.

Fui al baño a arreglarme, eran las 9 de la noche apenas. Su vestido rojo calzaba perfectamente en su cuerpo esbelto, no era escultural como Atena, pero su cuerpo no era para menospreciarse. Esa noche se sentía feliz a pesar de la mirada de desaprobación de Dan y de su susurrado: “Pudiste hacerlo mejor”. Borrando esa escena se comenzó a maquillar y resaltó su pálida test con un labial de color rojo intenso, como el de su vestido. Se quitó los tacones porque le incomodaban, andaría descalza... seguro luego de tantas copas nadie se sentiría ofendido.

Por último fue a la cocina, tomo su obra maestra: Las deliciosas galletas.

El grupo de personas dirigió su mirada a la bandeja, Dan se veía muy enojado. “¿Qué coño hiciste?"- Pareció transmitirle con su mirada.

-Las galletitas me quedaron deliciosas. Están para chuparse los dedos. “Simples galletas”-parecía susurrar el viento.

El adorable Dustin de apenas 26 años dio el primer paso adelante.

-Umm se ven buenísimas, tomaré una con su permiso-dijo el chico con mirada amable. El efecto Le Bon se hizo evidente en toda la sala y de repente todos tenían una galletita en la mano, incluso Daniel.

-Tienen una sorpresa- esbocé una sonrisita, que se fue haciendo inmensa, tanto que en el reflejo del espejo se me desfiguraba el rostro y en ese instante de perfección solté una carcajada incontenible.

El primero comenzó a toser, sin casi poder respirar. Dan reaccionó acercándose a su compañero Dustin.

-¿Qué le hiciste? ¡¿Por qué actúas como una loca?!

Yo continuaba riendo mientras todos caían al suelo, sin poder respiras.

-¡HIJA DE PUTA! ¿QUÉ COÑO HICISTE?

Dan comenzó a toser, trato de acercárseme, se encontraba a una distancia considerable, pero no pudo llegar a mi. Todos se retorcían en el suelo. Algunos intentaron sacar sus celulares en un último intento de supervivencia. Me acerqué saltando y tarareando hacia el capitán que intentaba sacar el teléfono, le pise la mano y adiós teléfono. Sonrisa perfecta, soy mala. 

Comencé a llorar agarrando mi rostro con las manos, giré de felicidad entre la marea de cuerpos caídos porque aquel era el mejor día de mi vida, mejor que cuando ayudé a mi madre a preparar las deliciosas galletas que le ayudaron a mi papito a dar un paseo por el inframundo luego de que se largara con otra mujer. Quién sospecharía de las intensiones de una pequeña de 7 años armada con apetitosas galletitas en señal de paz. Un toque de veneno podía hacer mucho daño.

La agonía, el pánico…años sin experimentar la deliciosa sensación de venganza. Personas tan simples, tan cotidianas, tan imperfectas e impresionables merecían morir, solo su presencia le daba asco. Sintió desprecio por todos ellos “¿Por qué tenías que ser tan simplucha?” dije tomando el rostro de Tanzi, la morena flacuchenta de veinte años que adoraba coquetear con Dan. Era poca competencia, debía admitir. El capitán…uff, ese sí tenía potencial, lástima que esa noche abordó el barco equivocado. Hice un chasquido con la lengua y tuve mi dosis de condolencia falsa, luego la euforia volvió a apoderarse de mi cuerpo.

¡Qué emoción! Ahora debía organizar todo. Esto es fantástico.

Con toda la fuerza que me permitía mi pequeño cuerpo de 1,60, arrastré a los pesados personajes hacia el patio. Lanzé los flotadores al agua y casi me resbalo al tratar de acomodar a Atena para que luciera relajada en la piscina. El capitán se sentaría en una silla alargada de piscina a observar a su bella esposa divertirse en el agua. Unos lentes de sol cubrirían los ojos azules desprovistos de vida.

Tanzi cumpliría su sueño de tener una linda velada con Dan, puse candelabros para adornar la rústica mesa de picnic que tenían en el patio un tanto alejada de la piscina, más profundo en el jardín. Corte algunas flores y las esparcí en la mesa. Unió sus manos. Hermosos. Acerque mi rostro al de Dan y le susurré al oído con tono cariñoso “hijo de puta” y me alejé.

Dustin, Ian y Karen se divertían en el sube y baja del jardín, un parquecito construido sobre las bases de un tonta esperanza de Dan de convertirse en padre. Asqueroso.

Katrina y Charles encendieron la llama de la pasión, se escondieron en entre los árboles para tener un encuentro furtivo. Katrina lo perdonaba. Los dos desnudos y apasionados recuperaron el amor una vez perdido entre las montañas de la cotidianidad.

Marcos solitario como siempre se fumaba un cigarrillo sentado en una silla mirando más allá de la cerca blanca del jardín. Él tipo me caía bien así que me senté a conversar con él antes de llamar a mi madre.

Ambas, madre e hija estaban sentadas con sus queridos amigos fallecidos disfrutando de una copa de vino.

-Esta vez no podremos huir, pero debo decir que estoy muy impresionada, mi pequeña. Eres lo que siempre quise- Su madre se acercó a abrazarla mientras acariciaba su cabeza.

-Es porque al fin he entendido mamá. Lo que no funciona debe cortarse de raíz.

El momento conmovedor terminó y ella soltó por fin a su madre. La mujer cayó al suelo con la boca y los ojos bien abiertos. Observé sus manos con sorpresa. La sangre las ensuciaba. Una limpia cuchillada basto para dar una dulce despedida a mi mamita

-Te amo mami- dijo en su mente Dalia, acercándose al cadáver para peinar su cabello siempre tan hermosa- Pensó.

Suspiró.

-Me van a disculpar, pero debo ir a lavarme las manos- argumentó con pena ante los cuerpos de sus invitados. 

Se lavó, se bañó, empacó unas cosas y salió a darles una última despedida a sus amigos.

-Los extrañaré- Suspiró con tristeza.

Tomó la maleta, se abrazó a un tarro lleno de galletas, acariciando con nostalgia su estructura y partió por la carretera para perderse en los confines del infierno.

FIN

C.V.R.W


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